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Osvaldo L Conde







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martes, 14 de diciembre de 2010

Una feliz Navidad “Padre Bergoglio” y “hermanos varios”

Monseñor, con fraternal estima le ruego, en nombre de Cristo, que en ésta Navidad vuelva a la piedad cristiana. Hermanos practicantes de la fe en el nacido eterno para la gloria de Dios, es hora de rogar el santo y efectivo perdón que, este Cristo, siempre da a quienes reconocen sus pecados.

Aquellas expresiones provocativa e injustas dicha en el estrado de los “ganadores” (no hay siquiera uno) han sido arzobispo, una flagrante toma del nombre de Dios en vano. Los motes ofensivos que hermanos de las iglesias cristianas, de cualquier credo, endilgan al ser humano se da de patadas con la suprema y misericordiosa decisión del Creador de compararnos a él.


Misericordia quiero
Queridos jerarcas y sumisos creyentes, suele suceder que tragamos camellos y colamos mosquitos. Que aplaudimos el fraude e insultamos personas. Olvidando que Dios en la Biblia no pide plata ni oro ¡Ruega, repetidamente, misericordia para el prójimo! En su lugar patrocinamos con comentarios, votos y otras bajezas ideológicas la crueldad que proclama el que odia. Odiaron nuestros antepasados fariseos al cristianismo pobre, odiaron los cruzados al cristianismo sincero, odiaron los obispos y cardenales al cristianismo inteligente, odiaron los reformadores principescos a nuestro cristianismo popular. Odiamos cuando perseguimos, estigmatizamos, golpeamos y matamos al otro; mucho más cuando ese otro es más débil, más pobre, más necesitado.
Es hora, hermanos, de volver a Dios; esto no es humillarnos “técnicamente” en el Te Deum, no es patrocinar un charlatán grande como el obelisco que abre y cierra su Biblia como si fuera una lista de precios de ferretería antigua. No es la imagen de una familia tradicional santiguándose cuando una personas de tez morena pasa a su lado. No es Videla asistiendo a misa sin faltar un domingo, Menem mojarse la cabeza para reinventarse cristiano, Macri dando óbolos y estipendios que mantienen haraganes.



Mirar los ojos del nacido en Belén

Es la hora de retomar la fraternidad diseñada por Jesús y no la pretendida por su asesino ideológico: Caifás. De recuperar la templanza. Es hora de escuchar a San Pablo quien nos indica llenar nuestras mentes de todo lo bueno, todo lo justo, todo lo que tiene buen nombre. Es hora de asumirnos como la gloriosa iglesia de Cristo:

Gloriosa en tanto fraterna, gloriosa en tanto solidaria, gloriosa en tanto dignificante

Ya basta de la iglesia organizada desde la oprobiosa camaradería inspirada en conveniencias propias, conveniencias que escandalizan a los pibes, a los pobres, a los honestos, a los esperanzados, a los simples.

Bergoglio y hermanos, que sea la Navidad del Bicentenario la que los vuelva dichosos en Cristo. Las que les permita, por fin, mirar los ojos del niño de Belén con su propio corazón y no como hasta aquí con la pestilente mirada del mercader de la piedad.

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