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Osvaldo L Conde







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sábado, 27 de noviembre de 2010

Dos voces no siempre es un dúo

Vivimos en un tiempo y espacios concretos, Argentina 2010, en donde se escuchan dos voces definidas: La del pueblo y la de Carinópolis (Clarín+Opo, ciudad de perturbados corazones)

La voz lastimera de Carinópolis aturde en medios de comunicación y apena en la replica que consigue entre los ciudadanos crédulos. Es la actitud cochina de Lanata, sanguinaria de M. Solá, funcional de Tenembaum), deslucida de R. Guiñazú, alcahueta de Mirtha Legrand, pendenciera de los informativos TN y Clarín, rebuscada de Majul o C5N, demodé de La Nación, inútil de La Razón, Desleal de BlanK y Van der Kooy, golpista de Grondona, inconsistente de Castro, gatopardista de Perfil, elemental de Bonelli y Sivestre. Servil, de todos los nombrados y decenas más.


La Otra Voz
La otra voz, la popular, solo canta. No le hace falta inflexión alguna: Canta sobre lealtad a los oídos desleales. Canta elocuentes silencios a los contradictorios, parlanchines. Por preservar la propia salud de las vías respiratorias, el coro popular no le canta a los violentos, delirantes, analfabetas políticos, pitucos-pop, gatopardistas, fariseos e intolerantes. Pues ninguno de ellos tiene posibilidad de interpretar, mucho menos de disfrutar de la poesía del humilde: nada saben los pedantes de hambrunas o de miseria.

Jamás entenderán los de “las primeras voces” que los prisioneros cantan solo cuando la puerta de la celda está abierta, los enfermos cuando el alta está firmada, los últimos cuando la justicia acelera su marcha, los perseguidos cuando, al voltear, no ven sombra alguna

Prisioneros aún presos pero libres, pacientes todavía en terapia pero sanos, últimos que, rezagados, perciben que les esperan los primeros puestos, perseguidos huyendo y, a la vez, preparando el giro. Esto no ven los perturbados; sus propios rencores le arrancan lágrimas de odio, envidia, celos que les nublan la vista, luego el aire, mas tarde el alma.

Mientras tanto la otra voz, la nuestra, ya va por una nueva canción. Su letra es desafiante: Asevera que no “pasará más inviernos”, ni se resignará al “valle de lágrimas”, ni adquirirá pasividad disfrazada de paciencia, ni acatará la ley natural y divina que los somete a la miseria hasta el día de su muerte. La balada, sigue diciendo, que el pueblo ya no cree en la pobreza inducida cuyos inductores, no casualmente, son muchos de los que ahora distorsionan sus voces en Clarinópolis haciéndola sonar misericordiosa o compasiva. En el estribillo los pobres repiten: “el sacrificio para ganarse el cielo es la mentira del dios neoliberal y de su profeta, el clero”

Ya no creen los pobres que el camino libertario pase por la eficiencia del individualismo, del capitalismo siempre salvaje. Ahora, mientras cantan construyen cooperativas, sindicatos, escuelas. Infraestructuras sanitarias, habitacionales. No pueden ni quieren dejar de cantar ni de hacer; menos de disfrutar.

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